Por siglos ha pervivido la leyenda de los zombis o muertos vivientes, y hace apenas unos años se contabilizaron más de un centenar de hechiceros creadores de zombis en Nueva York. ¿Realmente existen, o son una especie de autómatas movidos por poderosísimas drogas? He aquí la respuesta.
A principios del siglo XIX, Moreau de Saint-Mery escribió la primera monografía del vudú y en ella adoptó la ortografía Vandoux y propuso una teoría para explicar el origen de esta secta. Según él, la palabra vudú se deriva del nombre de un hereje: Valdesius. Los seguidores de Valdesius, los valdenses, adquirieron tal poderío en la Edad media que llegaron a convertirse en un fuerte dolor de cabeza para la iglesia romana. Su nombre se convirtió en sinónimo de brujería, y a la esencia fundamental de la hechicería se le nombró Vaudoisie.
Sin embargo, la hipótesis de Moreau no era correcta. Investigaciones posteriores determinaron que el nombre del culto, así como el culto mismo, son de origen africano. El Vudú procede del reino de Dahomey, África, de donde partieron numerosas caravanas de esclavos rumbo a América. Según Robert W. Pelton, el culto y las concepciones religiosas de estos africanos tuvieron un mayor arraigo en la isla de Haití.
lfred Métraux, antropólogo que vivió varios años en Haití estudiando el fenómeno, asienta en su obra Vudú, que la traducción más exacta de la palabra es “Ser todopoderoso y sobrenatural”.
PROLIFERACIÓN DE UN RITO
Aunque las creencias y prácticas mágicas del vudú se hallan sobre todo concentradas en la isla de Haití, se difundieron también en los Estados Unidos, Francia y Canadá. Esto se debió a diversos factores, entre los que se encuentran, la cercanía geográfica, el idioma y el comercio de esclavos. El primer centro vudú de los Estados Unidos se fundó en el siglo XVIII, en Louisiana. El rito se extendió a Georgia y Carolina del Sur, y luego a Norte, a los ghettos y barrios humildes de las grandes ciudades industriales.
En 1978 Hugh J. B. Cassidy, jefe de policía del Distrito 77 de Nueva York, calculaba que en Brooklyn, en la zona Bedford-Stuyvesant, había 30 Houmfors (templos) secretos, y ejercían no menos de cien Houngans y Mambos (sacerdotes y sacerdotisas). Estudios recientes revelan que, sólo en Haití, hay más de tres millones y medio de seguidores del vudú.
Este arraigo a la religión vudú por parte del pueblo haitiano no pasó inadvertido para el difunto dictador Francois Duvalier, alias “Papa Doc”. Numerosos artículos periodísticos afirmaban que Duvalier recurrió a la cara oscura del vudú para mantener el dominio sobre ciertos estratos de la sociedad haitiana. Los creyentes del vudú lo consideraban como el Supremo Houngan, y él utilizaba hábilmente este hecho y la ignorancia de sus “súbditos”. Poseía una siniestra policía secreta: tipos salvajes, enmascarados por las gafas oscuras que jamás se quitaban en público, lo cual les daba un aspecto más sombrío. Eran los Tonton Macoutes, que algunos consideraban como magos, y otros como zombis.
¿QUÉ O QUIÉNES SON?
De acuerdo con la tradición haitiana, los zombis son aquellas desafortunadas criaturas que han sido regresadas de la muerte por brujos diabólicos, llamados Bocors, y mantenidos como esclavos. Los zombis son explotados por sus dueños y se reconocen por sus ojos vidriosos, su voz nasal y su aire ausente.
“Un zombi permanece en la misteriosa zona entre la vida y la muerte –dice Métraux-. Se mueven, comen, oyen a los que les hablan, y aún hablan, pero no tienen memoria y conocimiento de su condición”.
Para salvarlos de su destino, los supersticiosos ancianos creen que se les debe “matar” nuevamente, cortándoles la garganta.
Se dice que los zombis son seres tranquilos mientras no comen sal; si llegan a probarla reparan en su condición de esclavos y su ira es incontenible. Matan a su dueño y destruyen sus pertenencias; luego regresan a su tumba.
El escritor americano William H. Seabrook describe así su encuentro con un zombi durante su visita a Haití en 1923:
“Los ojos eran lo peor. No se trataba de mi imaginación. Eran verdaderamente los ojos de un muerto, no unos ojos ciegos , sino abiertos, que miraban hacia un punto indeterminado, sin ver. Toda la cara era algo horrible. Era hueca, como si nada tuviera por detrás. No sólo parecía inexpresiva, sino también incapaz de la menor expresión. En ocasiones previas ya había visto en Haití un montón de cosas fuera de la experiencia normal y en ese instante nauseabundo, casi de pánico, pensé, o mejor sentí: ‘¡Cielo santo!, tal vez estas cosas sean ciertas…’”
La historia más conocida de Seabrook es aquella que dice que ocurrió en el verano de 1918. Aquel verano había sido uno de los mejores para el campo. Se rompieron todos los records de producción de azúcar. Las fincas necesitaban de mano de obra para poder recoger la cosecha.
Una de las plantaciones, pertenecientes a la Haitian-American Sugar Corporation (HASCO), recibió la visita de un grupo de hombres aparentemente desnutridos dirigidos por un capataz llamado Ti Joseph. Dijo que venían de un lugar cercano a la frontera con República Dominicana, un pueblo aislado. Sus muchachos nunca habían salido fuera del pueblo, por lo que se encontraban un tanto nerviosos y deseaban trabajar lejos de los demás campesinos. Se ponía sus servicios a la disposición de los dueños de la finca.
Como el trabajo era mucho y los brazos eran pocos. Los dueños de la plantación aceptaron contratar a los trabajadores. No se arrepintieron. La cuadrilla de Ti Joseph fue la que cosechó la mayor cantidad de caña, sin que se les notara el cansancio. Al final del día se retiraron a sus cabañas a comer y a descansar. La misma rutina la seguirían hasta el domingo. Ese día, Ti Joseph cobró por el trabajo y se dirigió a los bares de la ciudad de Port-au-Prince.
Una de las mujeres de los capataces se dio cuenta que los demás trabajadores se habían quedado en la cabaña. Le pareció que eso no era justo y fue para invitarlos al festival de la iglesia. Al llegar a la feria les dio a cada uno de ellos una bolsa con donas y otra con cacahuates. Cuando comenzaron a comer los cacahuates salados sufrieron una transformación extraordinaria. Comenzaron a llorar y a gritar jalándose el cabello. Pronto corrieron en diversas direcciones.
Días más tarde llegaron a sus casas y fueron reconocidos por sus parientes. Todos habían muerto meses atrás y habían sido enterrados.
Todas estas historias son interesantes como cuentos de terror, pero, ¿existen o no los zombis? Las opiniones están divididas. Los que no reconocen su existencia, sostienen que en la isla, sobre todo en el interior de Haití, hay retrasados mentales, seres que no hablan, o que temen a la gente. A esos, los campesinos los llaman zombis. En cada anormal, en cada loco, en cada ser solitario, los campesinos y supersticiosos ven a un zombi. Otros se preguntan qué puede ganarse si se convierte en zombis a los muertos. ¿Ahorrarse el salario que tendría que pagar a un vivo? Aunque los jornales son bajos en ese país, ese ahorro representan una verdadera diferencia económica.
En cierto sentido tienen razón los escépticos: la imaginación popular es tan grande que convierte a los locos y retrasados mentales en zombis. Sin embargo, para quienes sí creen en ellos, éstos forman parte de la realidad de los poderes de los brujos vudú. No obstante, es probable que muchos de los relatos de supuestos zombis puedan ser originados por observaciones de retrasados mentales ocultos por sus familias. Tal vez, por pena, los declaran muertos mientras los ocultan de la sociedad. Algún descuido hace que escapen, muchos años después, y son identificados como “muertos vivientes”. Así ocurrió en un caso que relata Alfred Metraux. Le presentaron una zombi, pero al día siguiente fue identificada como una joven retrasada mental que se había fugado de su casa, donde sus padres, por lo general, la tenían encerrada bajo llave.
Lo mimo pensaba Seabrook. Su conclusión, luego de meses de estudio, era que los zombis que había visto sólo eran “pobres seres mentalmente débiles, idiotas, forzados a trabajar en el campo”.
Metraux cuenta historias similares a las de Seabrook. Una de ellas dice que una joven que rechazó las proposiciones de un bocor fue amenazada por el brujo. La joven, como era de esperar, enfermó y murió. Por alguna razón que se desconoce, la enterraron en un ataúd muy pequeño, por lo que tuvo que ser doblada del cuello. Al ejercer fuerza para meter el cuerpo en el ataúd, una de las velas cayó dentro y le quemó el pie. Años más tarde la gente aseguró haber visto a la muchacha. Era perfectamente reconocible por su encorvamiento y por el pie quemado. Se dijo que el bocor la había convertido en zombi y la tenía en calidad de amante y criada.
El antropólogo británico Francis Huxley relata una historia que a su vez le contó un cura católico. En 1959 se encontró un zombi vagando por el pueblo. Entre varios ciudadanos lo llevaron a la comisaría, pero la policía estaba tan aterrada que decidieron ponerlo en la calle nuevamente. Alguien sugirió darle agua con sal. El zombi pudo, al fin, decir su nombre. Buscaron a su tía, que vivía cerca de la comisaría. La mujer lo identificó plenamente y dijo que había sido enterrado cuatro años atrás. El zombi reveló el nombre del brujo que lo había mantenido cautivo y dijo que había más como él en la plantación. Se trataba de un bocor muy poderoso. La policía se limitó a enviar una nota ofreciéndole la devolución de su zombi.
Dos días más tarde encontraron al zombi. Esta vez definitivamente muerto. Al fin se decidió ir por el brujo, pero no lo encontraron, ni a su mujer, ni al resto de los zombis.
Otra historia más. Un hombre rico se detuvo muy cerca de un almacén debido a una ponchadura de llanta. Pasó un anciano y le invitó un café mientras esperaban a un amigo para que les ayudara a cambiar el neumático. Mientras tomaban café, el viejo le dijo que era un bocor. Su invitado mostró de manera educada su escepticismo. Ante esto el brujo le miró inquisitivamente y le preguntó si había conocido al señor Célestin, que había muerto seis meses antes. El hombre rico dijo que casualmente eran amigos entrañables. “¿Le gustaría verle?” murmuró el brujo. Entre asombrado y curioso, el invitado asintió levemente con la cabeza. El anciano restalló su látigo seis veces y se abrió una puerta. Con pasos torpes, mirada perdida y en actitud sumisa entró Célestin. El hombre rico le adelantó su taza de café, pero el brujo se interpuso. Le explicó que era muy peligroso dar a una persona muerta algo en la propia mano. Ordenó que se retirara el zombi y luego le explicó que otro brujo se lo había vendido por 12 dólares.
PARA FABRICAR UN ZOMBI
Los que creen en ellos han elaborado inclusive interpretaciones acerca de su creación. Según ellos, muchas personas ávidas de riqueza, honores, salud o éxito, solicitan un favor de un brujo bocor. Este puede exigirles a cambio su espíritu. Si el creyente acepta las reglas establecidas por el bocor, el mago comienza su trabajo. Pasa el tiempo, y una noche el brujo llega hasta la cabaña de su “cliente”. Viene montado en su jumento, pero dando la cara ala grupa. Desciende, arrima su boca a cualquier grieta y aspira el alma del desgraciado, encerrándola en un cobi (una botella con tapón de rosca). El infortunado cae en una especie de trance y no tarda en fallecer. Al día siguiente sus parientes lo encuentran muerto y, luego de velarlo, lo entierran. Después, el hechicero acude al cementerio e invoca a los Loas o dioses principales, mayormente al Barón Samedi (el demonio) y lanza un grito de exhorto al cadáver. Hace que sus ayudantes lo desentierren. Pronuncia el nombre de la víctima y, puesto que el brujo tiene su alma, la persona muerta tiene que levantar la cabeza en señal de respuesta. Al hacerlo, el bocor pasa momentáneamente por debajo de la nariz la botella con su alma. El muerto se reanima. Rápidamente los ayudantes le amarran las muñecas. Lo suben sobre el asno y el brujo se lo lleva en ancas hasta su choza, mientras sus ayudantes se quedan a cerrar cuidadosamente la tumba. El brujo debe pasar por la casa de su víctima para asegurarse que éste nunca más reconozca el camino. Al llegar a su destino, el bocor le da una droga para revivirlo. Al volver a la vida, el “muerto” da sus primeros vacilantes pasos como si fuera un robot. El zombi comerá, hablará, escuchará, caminará y verá, pero carecerá de recuerdos y no tendrá conciencia de su estado.
Otros compran a los brujos un baka (literalmente “punto caliente”), loa maligno o alma zombi que se compromete, bajo ciertas reglas y condiciones que establece el bocor, a servir a quien lo adquiere. Por lo regular las condiciones del baka consisten en exigir a su dueño constantes víctimas humanas para saciar su apetito, de preferencia los parientes o amigos del comprador. Finalmente, después de cierto número de años, establecido en el contrato, el bocor se apodera del alma del comprador y lo convierte en zombi para seguir el mismo proceso.
La palabra baka también designa a los espíritus malignos que merodean por los bosques y poblados bajo la apariencia de diversos animales y monstruos desconocidos.
Los haitianos adoptan diversas precauciones para no ser convertidos en zombis. Los que tienen recursos entierran a su muertos bajo una sólida obra de albañilería. Otro lo hacen en u patio trasero o cerca de un camino muy transitado. La mayoría montan guardia continua en el cementerio hasta estar seguros de que el cuerpo se ha descompuesto. Los más drásticos “matan” de nuevo al cadáver. Hay quien coloca un puñal en el ataúd para que sea el propio muerto el que se defienda al momento en que llega el bocor. También les llenan la boca con tierra y les cosen los labios para que no puedan responder al brujo cuando les llama por su nombre.
¿REALMENTE MUEREN?
En su artículo Voodoo Death, el fisiólogo de la Universidad de Harvard, Walter B. Cannon, describe el proceso por medio del cual un creyente en el vudú puede, si se cree víctima de un hechizo, hacerse morir de miedo a sí mismo. El shock autoinducido, que paraliza la circulación y determina que los órganos vitales dejen de funcionar, faltos de oxígeno, puede ser provocado simplemente, según el doctor Cannon, por el “funesto poder de la imaginación obrando a través de un terror desenfrenado”.
En este caso sí se obtiene la muerte, no por los poderes de un muñeco vudú o de un brujo bocor, sino por el mismo poder de la autosugestión. Pero ¿qué ocurre en el caso de los zombis?
Ciertos estudios afirman que en realidad el paciente no muere. Es víctima de alguna droga vegetal proporcionada por el brujo, que lo deja en estado de catalepsia, que, como sabemos, hace pensar a los presentes que la víctima ha fallecido. De modo que, para evitar la descomposición del cadáver, los entierros ocurren a las pocas horas del fallecimiento de las personas. Si en realidad no se trata de una muerte real, sino de un estado de catalepsia, esa noche el brujo sacará a la víctima de su tumba. La revivirá usando otras drogas y apelando a ciertas raíces que afectan los centros nerviosos y el cerebro, los dejará sin voluntad. A partir de entonces será como un autómata pero no un zombi (muerto vivo).
Adamson, un especialista americano, afirmó haber descubierto un alcaloide extraído de la planta Kingo-liola, que produce unos efectos fisiológicos de muerte aparente. Otros vegetales (principalmente los del género solanácea, como la Branched calalve), provocan un brusco descenso del ritmo cardiaco, temperatura y otras funciones fisiológicas, sin llegar a provocar la muerte, dejando en ese estado cataléptico o de letargo a quien ingiere su pulpa macerada y filtrada.
Dice el siquiatra español Jiménez Del Oso: “Podríamos imaginar que la víctima así tratada sufra un deterioro neurofisiológico grave, convirtiéndose en un ser al que puede sometérsele mediante sugestión u otras artimañas”.
UNA EXPLICACIÓN: LAS DROGAS
Fue el doctor canadiense, de origen haitiano, Emerson Lamarque Douyon quien supuso que el fenómeno de los zombis tenía un fondo de verdad. No se trataba de actos de brujería ni de verdaderos “muertos vivientes”, sino de los efectos de algunas drogas.
“Estoy completamente convencido de que lo zombis existen –declaró el doctor Douyon-. Sé que existen porque los he visto con mis propios ojos. Nos estamos enfrentando con individuos de carne y hueso que han caído en un estado de muerte aparente producido por drogas. Se les ha declarado muertos y han sido inhumados. Luego son exhumados y reanimados por hechiceros vudú quienes les administran drogas”.
El doctor Douyon ha pasado los últimos 25 años denunciando fraudes parapsicológicos. Pasó una temporada de 18 meses en Haití estudiando el fenómeno zombi y el culto vudú mientras tenía a su cargo la dirección del Centro Psiquiátrico de la Clínica Médica Albert Schweitser de Port-au-Prince. Logró reunir tres zombis en su clínica: dos hombres y una mujer. Encontró rastros de seis drogas vegetales en su sangre.
“Esas drogas producen un estado cataléptico con el que su pulso y su presión sanguínea son casi imperceptibles. Sin embargo, permiten la oxigenación del cerebro impidiendo así que se produzcan lesiones mientras son enterrados”.
Los futuros zombis, una vez declarados muertos y sepultados públicamente, son exhumados por el hechicero vudú que les suministró la droga. Los brujos logran esclavizar a estas gentes por el resto de sus vidas, manteniéndolos en un estado de idiotez, agregando pequeñas cantidades de la misma droga, como parte de su dieta diaria. Se han dado casos, sin embargo, en que los zombis han logrado escapar del embrujo y volver a su vida normal. Estos casos los veremos más adelante.
En un principio Douyon desconocía la naturaleza exacta de la droga, aunque sospechaba que era extraída de algunas flores de la familia de la Datura. Para comprobar su hipótesis, Douyon inyectó una poción de un extracto de esta planta a perros y ratones. Detectó un descenso notorio en sus signos vitales y actividad motora. Los animales pierden su vivacidad y entran a un estado comatoso que dura unas tres o seis horas, dependiendo de la dosis inyectada. Una vez pasado este tiempo, los animales sujetos al experimento se recuperaron totalmente.
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